Las personas cada vez somos más sensibles a la ecología y la sostenibilidad del planeta y, en consecuencia pretendemos llevar a cabo un consumo responsable y consciente, pero… no parece una tarea tan sencilla. Las empresas publicitan sus productos como naturales, ecológicos, responsables, bio… ¿pero sabemos realmente que significan todas estos tipos de etiquetas ambientales?
En los últimos tiempos coexisten en torno a 230 etiquetas medioambientales, son distintas organizaciones las que siguen insistiendo en la necesidad de regular y sintetizar todas estas denominaciones que solo llevan a confusión y generan desconfianza. Además simplificar y aclarar estos estándares que denominan y caracterizan los productos se convierte en una solución al ecopostureo, también llamado lavado de cara ecológico de las empresas.
En este post vamos a aclarar algunos términos que os permitirán saber qué significa realmente la etiqueta que identifica el producto que estáis comprando y por qué es necesario la formación de medio ambiente:
Biodegradable
Muchas empresas utilizan este término aprovechando al ruido generado por las normativas que limitan el uso del plástico convencional de usar y tirar. Cuidado con el reclamo de BIO en los envases bio, cuando tú tiras una bolsa biodegradable no se va a degradar en carbono de forma automática, sino que se convierte en microplásticos y nanoplásticos que, obviamente, son contaminantes. Estas bolsas solo se biodegradan en condiciones muy específicas, que son las que se dan en las plantas de compostaje industrial. Esto implica que solo serán biodegradables sin los reciclamos junto a compuestos orgánicos, algo bastante complejo porque justos esos contenedores son los menos extendidos en la red de residuos de nuestras ciudades.
Biogranjas
También empieza a ser habitual que encontremos uno de los tipos de etiquetas ambientales de procedente de biogranjas en los cartones de huevos, la carne o incluso la leche. ¿Qué es una biogranja? Aquí nos encontramos con un uso indebido del término en algunos casos, de hecho varias supuestas biogranjas están denunciadas por organizaciones ecológicas por no serlo pero la falta de regulación al respecto no hace efectiva la prohibición de su uso cuando no se cumplen al 100% los criterios. Se prevé que con la nueva normativa se rebajen las explotaciones ganaderas de vacuno, cerdo y pollos a menos animales, en torno a 130, a partir de ese número se consideraría una explotación ganadera industrial. Actualmente hay granjas que con un número muy superior presumen de ser biogranjas cuando son literalmente macrogranjas de tipo industrial.
De forma complementaria, la UE contempla que el uso de esa etiqueta exija la declaración de las emisiones limitándolas y gestionándolas debidamente así como habla de la carga ganadera, simplemente que exista un ratio de un máximo de dos vacas por hectárea. Cambia la cantidad según el tamaño del animal de la granja pero estableciendo así un criterio que además evita de forma indirecta que los animales no disfruten de un espacio de libertad en su hábitat y estén hacinados en filas de jaulas en condiciones que ningún ser vivo son aceptables.
Explotación agraria sostenible
Al amparo de este término encontramos también muchos claro-oscuros que vuelven a poner sobre la mesa la necesidad de una legislación más contundente. Especialmente la industria cárnica suele alardear de sus sostenibilidad medida en la emisión de gases invernadero así como la contaminación de las aguas derivada de su actividad. Aquí la clave está en la relatividad de las cifras, la información que aparece está maquillada porque a menudo se refiere a cada kilo de carne no a la producción total, motivo por el cual nos parece una información más que loable en cuanto a la sostenibilidad y el efecto sobre el medio ambiente pero… se trata de sumar y ahí todas las alarmas saltarían.
Como ejemplo y siguiendo la información facilitada por la FAO, solo en nuestro país, el número de cerdos se ha multiplicado por seis desde los años sesenta. Las empresas emiten menos gases por animal, pero hay muchísimos más animales. Así que… es cuestión de matemáticas advertir que no se está reduciendo la emisión de carbono de forma global, y por lo tanto, perjudica al cuidado del medio ambiente.
Bienestar animal
En primer lugar, cuando se utiliza la etiqueta Bienestar Animal no aplica a toda la cadena que afecta al animal con lo que se refiere a un trato parcial y puntual en un momento del tiempo al animal que corresponda. Así la definición de bienestar animal “está sano, cómodo, bien alimentado, seguro y no padece sensaciones desagradables como dolor, miedo o desasosiego” puede cumplirse solo en la cría, durante su crecimiento para que esté en óptimas condiciones para el consumo, su transporte o incluso en la fase previa a su ejecución. Es decir, puede haber estado hacinado y en condiciones poco adecuadas en alguna de las fases pero podría etiquetarse como bienestar animal.
Productos bio/ Eco
A veces los productos bio, o productos ecológicos cumplen del mismo modo parte del concepto pero no en su totalidad. Puede que esos tomates hayan sido cultivados sin el uso de productos químicos o puede que lo hayan hecho con una cantidad por debajo de la cual se permite que se consideren productos bio. De nuevo, el engaño sin una regulación más exigente está servido.
Entonces los tipos de etiquetas ambientales son una gran falacia en tantos casos. Llegados a esta punto volvemos a la reflexión inicial, qué pena que el medio ambiente no sea una prioridad y en tantas ocasiones se convierta en un elemento publicitario para conectar con un público más comprometido que no está consiguiendo el consumo responsable que intenta practicar porque hay mucha mentira y mucho ecopostureo. Ojalá en breve se apruebe ese marco regulador más transparente y consecuente con la necesidad de seguir equilibrando nuestro consumo de recursos y la realidad del planeta para que sea sostenible.
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